Cruzar la frontera, algo terriblemente familiar para algunas familias de Sudán del Sur

Refugiados de Sudán del Sur llegan a un centro de recogida en Egelo (Uganda)
WILL SWANSON/ACNUR
 
Actualizado: domingo, 24 julio 2016 9:50

ADJUMANI (UGANDA), 24 Jul. (Por Michael O'Hagan, ACNUR) -

Lucy Lul se enteró de que llegaba la guerra cuando oyó que había un convoy de vehículos en la carretera que va desde Yuba, la capital de Sudán del Sur, a Uganda. Ella y su marido llenaron una bolsa con la ropa de sus hijos, cogió su bolso y corrieron para unirse a la fila de vehículos.

Profesora de una escuela de primaria cerca de la localidad de Pageri, a unos 40 kilómetros de la frontera ugandesa, Lucy ha luchado para que los niños de la zona sigan yendo a clase ahora que la falta de alimentos ha empeorado.

"No tenemos ni harina con la que cocinar. De hecho, hemos tenido que comer verduras del bosque", dice Lucy. El precio de los productos básicos aumenta mientras la seguridad se reduce.

"Desde que los enfrentamientos comenzaron de nuevo en Yuba hace dos semanas, los soldados que teóricamente deben protegernos son los mismos que nos acosan en el pueblo", afirma Lucy, de 30 años. "Han saqueado los mercados".

Los combates más recientes en el país más joven del mundo han forzado a miles de personas a abandonar sus hogares. ACNUR estima que casi uno de cada cuatro ciudadanos sursudaneses están desplazados dentro de las fronteras o en los países vecinos. El número total de refugiados sursudaneses podría superar el millón este año.

NO ES LA PRIMERA VEZ

Antes de lograr la independencia en 2011, Sudán del Sur vivió un largo periodo de violencia e inestabilidad. Para muchos refugiados, ésta no es la primera vez que tienen que huir.

"Me crié en Uganda como refugiada", cuenta Lucy. "Volví a Sudán del Sur en 2005 con el acuerdo de paz. "Tengo ganas de llorar porque construimos una casa y una escuela, fue muy difícil. Parece que cada diez años tenemos que volver a ser refugiados, así que nunca progesamos, estamos atrapados en el nivel de máxima pobreza".

En el caos del viaje, Lucy se separó de su marido, Francis, constructor y pastor. Pudieron hablar por teléfono antes de quedarse sin batería y se reunieron cuando Francis llegó por la noche al Punto de Recogida de Refugiados de Elegu, a unos cientos de metros del puente que separa Uganda de Sudán del Sur.

Con los ojos rojos por el cansancio y con la ropa sucia, Lucy dice: "Anoche dormimos sobre el suelo. Hacía mucho frío y no hemos comido nada, pero ACNUR y el Programa Mundial de Alimentos están repartiendo galletas energéticas".

Comienza a llover con fuerza y Lucy, Francis y sus dos hijos se apiñan mientras hacen cola para comenzar el proceso de volver a ser refugiados.

Los recién llegados son sometidos a una revisión médica básica, se vacuna a los niños y se identifica a las personas con necesidades especiales antes del registro. Después, están listos para comenzar la próxima fase de su viaje en vehículos de ACNUR hacia un punto de tránsito donde permanecerán una o dos semanas, antes de moverse a un asentamiento de refugiados en el norte de Uganda.

El asentamiento de Pagirinya, en el distrito de Adjumani --la principal localización para los refugiados sursudaneses--, está llegando a su límite rápidamente y las autoridades intentan encontrar y obtener nuevas tierras para hacer frente al flujo.

El Gobierno ugandés ha sido aplaudido por su generosa política hacia los refugiados, que reciben una parcela de tierra y acceso a servicios públicos como sanidad y educación, pero el elevado aumento de las cifras está llevando al límite los recursos del país.

Halimo Hussein Obsiye, responsable de la suboficina de ACNUR para Nilo Occidental, explica que la situación está por el momento bajo control pero se acerca a un punto de "crisis humanitaria". Más de 7.220 refugiados llegaron el martes, según un portavoz del Gobierno ugandés, y Obsiye avisa de que se esperan muchos más. "Los que están diciendo los refugiados es que esto es solo la punta del iceberg. Más refugiados llegarán tan pronto como mañana".

SAQUEOS

Grace Juru, una camarecra de 25 años de Yuba que llegó a Elego el día 19 con dos hijos y una sobrina, está de acuerdo. "Muchas personas quieren salir de Yuba, pero aún es peligroso moverse", dice.

"Cuando comenzaron los enfrentamientos, cogí a mis hijos y corrí hacia la iglesia católica cerca del aeropuerto de Yuba. Tuvimos que pasar por encima de cadáveres en la calle. Pasamos tres días en la iglesia y cuando pensamos que los combates habían terminado, Cruz Roja nos ayudó a volver a casa".

Aunque los enfrentamientos entre las facciones políticas rivales lideradas por el presidente, Salva Kiir, y el vicepresidente, Riek Machar, han cesado, los militares han comenzado los saqueos.

Grace asegura que las tropas leales a Kiir iban puerta por puerta saqueándolo todo. "Tapé con mi mano la boca de mis hijos para que estuviesen callados. Disparaban a cualquier hombre que les dijese algo".

Grace se separó de su marido, un ingeniero que estaría aún en Yuba. Sin un teléfono, no tiene forma de contactar con él. Grace se las arregló para lograr un hueco en un camión sobrecargado que parte hacia Uganda.

En la carretera, se encontraron con un convoy organizado por el Ejército ugandés para evacuar a sus ciudadanos y se unieron, pero en un momento de este apresurado éxodo, el camión impactó con otro vehículo y casi se estrellan.

Mientras agarra a su bebé, Grace busca a conocidos o a personas que hablen su idioma en el punto de recogida de refugiados para intercambiar información.

Los alrededores de este terreno embarrado y las colas de gente buscando ayuda son tristemente familiares. Grace también creció como refugiada en Uganda y está agradecida por la seguridad que ello conlleva. "Me siento segura regresando a Uganda porque no oigo pistolas, pero estaría mejor en casa, en nuestra patria".