Jeremy Corbyn
PHIL NOBLE/REUTERS 
Actualizado: miércoles, 7 junio 2017 19:08

El que fuera el diputado más rebelde ha demostrado en la campaña coherencia y capacidad generar ilusión

LONDRES, 7 Jun. (EUROPA PRESS) -

Jeremy Corbyn (1949) desafía este jueves no solo a la historia, sino a las expectativas de un Partido Laborista que, tras el intento de regicidio del pasado año, se ha resignado a que un veterano que durante décadas había ejercicio como el verso libre de la izquierda británica sea el candidato para los comicios que decidirán quién pilotará el Brexit.

El adelanto electoral con el que Theresa May sorprendía en abril, cuando su ventaja en las encuestas superaba ampliamente los veinte puntos, alarmó a una formación que todavía suturaba las brechas provocadas por el ascenso del diputado más rebelde de Westminster durante décadas, el mismo que había desafiado la disciplina interna en más de 500 ocasiones.

Voz de la conciencia crítica en los trece años que el Laborismo ostentó el poder, el más improbable de los aspirantes al liderazgo ha acabado como el candidato para devolver a la izquierda a Downing Street. Si al principio ni su propio partido, ni la prensa, lo tomaban en serio, Corbyn ha demostrado una coherencia inexpugnable durante una campaña en la que ha asombrado por su capacidad de generar ilusión, especialmente en comparación a la decepcionante campaña de su rival.

Hijo de pacifistas que se conocieron en una manifestación de apoyo al bando republicano español durante la Guerra Civil, su marcado sentido de filiación política se forjó en el seno de una familia profundamente ideológica. Su hermano fue un conocido líder del movimiento 'okupa' en Londres en los 60, si bien ambos discrepan en materia de cambio climático, ya que Piers Corbyn, de profesión meteorólogo, rechaza que sea producto de la intervención del hombre.

FORASTERO EN SU PROPIO PARTIDO

Sus profundas convicciones lo convirtieron durante años en un forastero en su propia formación. De hecho, cuando en 2015 decidió concurrir a la carrera por relevar a Ed Miliband, lo hizo con el mero propósito de introducir en el debate un perfil anti-austeridad.

Sus opciones eran residuales, pero algo en su discurso de regreso a las raíces socialistas tocó fibra no solo entre las bases, sino entre miles de desencantados con la política, que decidieron unirse al Laborismo para votar por un veterano conocido por su frugalidad, vegetariano, hincha del Arsenal y próximo a causas controvertidas, como el apoyo a los presos del IRA.

El cambio de normas para dar más poder a la militancia, introducido por su antecesor, hizo el resto y Corbyn se convirtió en el jefe de la oposición con menor apoyo entre sus diputados en tiempos modernos. Muchos no le perdonaban su negación de los méritos del Nuevo Laborismo, el movimiento que puso al partido en el poder por primera y única vez desde los 70, pero el líder estaba convencido de haber recibido un claro mandato para imponer una agenda alejada del ideario de Tony Blair.

Su estilo como jefe de la oposición, ajeno a la retórica combativa que dominaba en los últimos años a una cada vez más crispada política británica, incrementó las suspicacias de su capacitación para un cargo que, al norte del Canal de la Mancha, tiene rango institucional.

Errores estratégicos evitables y su más que templado respaldo a la continuidad en la Unión Europea --siempre había estado considerado un euroescéptico-- acabaron por agotar la paciencia de su grupo parlamentario, que el pasado verano, transcurridos diez meses de su inesperado ascenso, le retiró la confianza.

VICTORIA ARROLLADORA

La batalla por su supervivencia se saldó con una victoria aún más arrolladora que la primera, con el apoyo de seis de cada diez militantes, lo que reforzó su legitimidad para reivindicar su regreso a las esencias socialistas, su defensa de la equidad social y un predicamento anti-élites que lleva el sello distintivo de quien ha ejercido durante más de 30 años como verso libre de la política británica.

Casado en tres ocasiones, si algo no se le puede criticar es su falta de coherencia, tanto en la política como en lo personal: se dice que su segundo divorcio fue por la insistencia de su entonces mujer por mandar a su hijo a un centro privado y su programa para el 8 de junio está directamente inspirado en su ADN ideológico, con planteamientos que Blair había relegado al cajón de la memoria por considerarlos material electoral inflamable.

Aunque costosas, sus promesas electorales incluyen una apuesta de esperanza hacia una sociedad más igualitaria y, frente a la humillación anticipada, su campaña ha dinamizado una batalla por el Número 10 que se daba por zanjada. Según él, esta evolución prueba su capacidad de desafiar pronósticos, una suerte que confía se repita mañana, cuando espera que su propuesta pruebe tener en el electorado británico el mismo tirón que entre su legión de seguidores.

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