"En teoría soy birmana pero nunca he tenido pasaporte"

Refugiada karen en Tailandia trabajando con mejillones
MANOS UNIDAS
 
Actualizado: lunes, 20 junio 2016 13:38

MADRID, 20 Jun. (Por Patricia Garrido, coordinadora de Proyectos de Manos Unidas en Sureste Asiático) -

Tailandia es uno de los países de Asia con más refugiados e inmigrantes no registrados (unos tres millones; un 4,3 por ciento de la población). Sus Derechos Humanos son vulnerados constantemente, lo que convierte al país en uno de los que tienen peores índices en el mundo en cuanto a trata y tráfico de personas para su explotación laboral y sexual. Allí, Manos Unidas realiza, desde agosto de 2015, un proyecto de 'Empoderamiento de trabajadores birmanos y sus familias' por un importe de 87.835 euros, que beneficia directamente a 8.325 personas.

Este es el testimonio de una de las refugiadas favorecida por el programa de esta ONG:

"Me llamo Nan Phawn Awar, pero todos me conocen como Mee Mee. Tengo 27 años, estoy casada y soy madre de tres hijos. Pertenezco a la etnia karen. En teoría soy birmana pero de hecho nunca he tenido pasaporte. Nadie de mi familia ha tenido nunca suficiente dinero para sacar uno. Hace cuatro años, mi marido, Sang, cansado de no poder dar una vida digna a nuestra familia a pesar de que trabajábamos doce horas diarias, me propuso que cruzáramos la frontera y pasáramos a Tailandia.

Siempre me había dado miedo dejar nuestro pueblo, pero un día el Ejército birmano llegó y quemó nuestras casas y hasta la escuelita en la que estudiaban nuestros hijos. Decían que estábamos dando refugio a los guerrilleros karen que luchan contra el Ejército birmano. Ya no teníamos nada, así que ese día cruzamos por el Paso de las Tres Pagodas, en la provincia tailandesa de Kanchanaburi.

Refugiados karen en Tailandia

Foto: Manos Unidas

Caminamos durante cinco días con nuestros hijos pequeños por la selva hasta que finalmente llegamos a un sitio seguro, en la ciudad de Sangklaburi. Allí había mucha gente de nuestro pueblo y de las otras etnias que forman Birmania: cientos de miles de personas nos agolpábamos en busca de trabajo para poder dar de comer a nuestra familia.

Mi marido conseguía ganar algún jornal en la agricultura o en la construcción, pero apenas podíamos subsistir. Pasados unos meses, nos hablaron de que había trabajo en los barcos de pesca que operan en la costa tailandesa, al sur de Bangkok.

Nos trasladamos con nuestra familia y ahora vivimos en una pequeña casa con otros migrantes birmanos. Nuestros maridos trabajan como pescadores y nosotras, las mujeres, trabajamos todo el día limpiando los mejillones que traen los barcos. Nuestra casa está sobre montañas de conchas de mejillón y a veces los niños, descalzos, se cortan y se hacen heridas.

También hay ratas y serpientes y otros animales que viven entre los desechos de los mejillones y son peligrosos. Yo empiezo a trabajar limpiando mejillones sentada a la puerta de mi casa, a las 3 de la madrugada. Nos pagan sólo 16 bahts (0,40 euros) por cada kilo de mejillón sin concha y tenemos que trabajar muchas horas para poder reunir un par de cestas que vender a los intermediarios de las empresas conserveras.

Mi marido vuelve a casa cada 15 o 20 días y al menos nosotros le vemos. Somos afortunados porque muchos de las familias rohingya que son nuestros vecinos cuentan que sus maridos y sus hijos se pasan meses en los barcos y nunca vuelven a casa.

Sang, mi marido, me cuenta que las condiciones de trabajo en los barcos son muy duras. Siempre les toca a los birmanos hacer las tareas más sucias y peligrosas, que los tailandeses no quieren hacer. Y hay muchos pescadores que no cobran nada por su trabajo porque han sido vendidos a los patronos de los barcos.

Nosotros los karen somos cristianos, pero la mayoría de los otros emigrantes birmanos son budistas, a excepción de los rohingya, que son musulmanes. Pero todos recibimos la ayuda de la Comisión Católica Nacional de Migraciones de Tailandia, sin importar nuestra religión.

Ellos nos han ayudado a conocer nuestros derechos como emigrantes, a aprender la lengua tai, a que nuestros hijos puedan ir a la escuela, a tener acceso a microcréditos con los que poder atender las necesidades de nuestra familia. Trabajamos muy duro para sacar a nuestros hijos adelante y nuestro sueño es poder volver a nuestro país algún día y vivir allí en paz".