Gestas del deporte (V): Moussambani, el antihéroe que nadó solo

El nadador de Guinea Ecuatorial Éric Moussambani en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000
El nadador de Guinea Ecuatorial Éric Moussambani en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 - OLYMPIC.ORG - Archivo
Europa Press Deportes
Publicado: sábado, 21 marzo 2020 12:02

   MADRID, 21 Mar. (EUROPA PRESS) -

   La mayor ovación de Sydney 2000 se la llevó un perdedor. Aquel ecuatoguineano, el nadador más lento de la historia de los Juegos Olímpicos con un minuto, 52 segundos y 72 centésimas en la prueba de 100 metros libres, logró eclipsar al mismísimo Ian Thorpe, que se disponía a ganar tres oros y a lograr un nuevo récord del mundo ante su público.

   No saltaron juntos al agua ni se miraron de reojo al extender su brazo apurando una milésima en la llegada, y no lo hicieron porque Éric Moussambani (Malabo, 1978), que hasta llegar a la ciudad oceánica no había visto nunca una piscina olímpica, no alcanzó la final.

   El nigeriano Karim Bare y el tayiko Farkahod Oripov, que como Moussambani habían accedido a los Juegos sin necesidad de marca mínima dentro de la política del COI de favorecer la participación de países en vías de desarrollo, se deberían haber retado con él en el agua durante las series, pero ambos fueron descalificados por salida nula.

   Moussambani nadaría completamente solo. Su imagen dejó perplejo al público de la Piscina Olímpica del Norte de Sídney, que observaba atentamente a aquel nadador con un slip azul, muy alejado de los últimos modelos de neopreno, y con la goma colgando a los dos lados de las gafas. Lo que desconocían es que su aventura en la natación había comenzado solo cuatro meses antes, cuando casi ni sabía nadar.

   Y es que lo que de verdad le gustaba era correr, y para ello se preparaba cuando recibió la noticia de que el cupo de atletismo de Guinea Ecuatorial estaba completo. Sin embargo, no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de estrenarse, con 22 años, en una cita olímpica, y, viendo que la plaza masculina de nadador todavía no tenía dueño tras escuchar un mensaje por la radio, tomó la decisión de pugnar por ser el representante de su país.

   Cuando se presentó a las pruebas, no encontró a nadie más, solo a Paula Barila, que sería la representante femenina. Su primer impulso fue lanzarse a la playa, donde los pescadores le enseñaron a nadar; con ellos aprendió a coordinar sus movimientos, y tras adquirir un poco de soltura, tuvo la oportunidad de prepararse en la piscina de un hotel de Malabo.

   Sus 12 metros de largo, lejos de los 50 de una olímpica, eran todo lo que tenía para entrenar en sesiones a horas intempestivas para no coincidir con los huéspedes del hotel, solo tres o cuatro horas a la semana. Sin entrenador y en esas condiciones, inició cuatro meses de esfuerzo que desembocaron en Sídney.

   100 METROS INTERMINABLES

   Aquella jornada de agosto, invierno en el cono sur, Moussambani se encontró por primera vez ante la inmensidad, una interminable calle que afrontaba solo, ante la mirada atónita de todos los presentes. Pistoletazo de salida y salto; sus primeras brazadas, que daban buena muestra de un estilo poco ortodoxo, provocaron los primeros gritos de ánimo en un pabellón todavía en shock.

   La sorpresa saltó al llegar a los 50 metros: Moussambani ni siquiera sabía dar la vuelta. El público se percató entonces de la verdadera magnitud de lo que estaban observando y jaleó al guineano, que por momentos parecía incluso ahogarse, hasta el final, cuando logró tocar el bordillo después de casi dos interminables minutos. El crono se paró en 1:52.72, más de un minuto más de lo que le costó al holandés Pieter van der Hoogenband colgarse la medalla de oro -48:30- e incluso superior a la marca que valió al mismo nadador para proclamarse campeón olímpico en los 200 metros -1:45.35-.

   Su historia emocionó a toda la familia olímpica, pero no al que un año después sería su presidente, Jacques Rogge. "A la gente le ha encantado, a mí no", aseguró en 2001 el máximo mandatario del COI, que veía aquella actuación contraria al 'Citius, altius, fortius' que propugnaba el barón de Coubertin.

   Barcelona le dio la oportunidad de entrenarse para mejorar. Allí, con los medios necesarios, bajó su marca personal hasta los 57 segundos, un hecho que le animó a mirar a Atenas 2004. Sin embargo, un error de su federación con el visado le dejó sin competir. Su retirada llegó después de Londres 2012, a donde tampoco pudo acudir por problemas burocráticos.

   Regresó a su país, donde construyó la primera piscina olímpica, y se volcó en enseñar a nadar a los niños ecuatoguineanos. Con el tiempo, se convirtió en seleccionador del equipo de natación, una labor que compaginó con su formación de ingeniero informático. Moussambani es ya héroe en su país y antihéroe en los Juegos, donde fue último y no quedó por detrás de nadie.

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