MADRID 24 May. (OTR/PRESS) -
Solo nos faltaba una estúpida tensión añadida por cuenta del fútbol. Miento. Por culpa de nuestros nacionalismos de cercanías que, en su acomplejado discurso, se reconocen en el desdén totalitario de España, el Estado y sus instituciones. Y para expresarlo, nada mejor que el anonimato de la masa recolocada en un estadio de fútbol. La tensión se retroalimenta de quienes desde la parte ofendida sacan los pies del tiesto con reacciones extravagantes. No tendría mayor importancia si esas reacciones se quedaran en la libre expresión de un individuo o un grupo, aún rozando el desahogo tabernario. Pero sí tiene importancia cuando la extravagancia viene apadrinada por un líder político, un gobernante o un representante institucional.
Es el caso de la propuesta formulada en la radio por la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Dijo que si este viernes (final de Copa Barcelona- Atlético de Bilbao, en el estadio Vicente Calderón de Madrid) se produce la temida pitada de los espectadores, mayoritariamente catalanes y vascos, contra el himno nacional y el príncipe de Asturias, se debería suspender el partido y celebrarlo luego a puerta cerrada.
El día anterior, un grupo de diputados nacionalistas reclamaron de forma irresponsable ante las puertas del Congreso la conversión del citado partido de fútbol en un acto de "sonora" afirmación "nacional", siguiendo consignas de las plataformas a favor de las selecciones deportivas gallegas, catalanas y vascas. La propuesta de Aguirre les vino como anillo al dedo.
La tensión se ha reducido considerablemente con declaraciones firmadas por otros líderes y otros representantes institucionales, como Aguirre pero mucho más prudentes, que durante las últimas horas han tratado de apagar el fuego atizado por separatistas y separadores. Y me constan los propósitos disuasorios del extraordinario despliegue policial ("será muy visible", le oigo decir a un alto responsable policial), que se está preparando para este viernes en las inmediaciones del estadio Vicente Calderón, una zona bastante fácil de controlar, al decir de los expertos en materia de orden público.
Lo que más temen las fuerzas policiales son los eventuales choques entre grupos radicales nacionalistas desplazados a Madrid y grupos radicales adscritos a la manifestación autorizada a Falange Española (autorización judicial, que anuló la desautorización gubernativa), que a su vez salen a la calle para frenar el "aquelarre separatista".
Y en cuanto a la polémica propuesta de la presidenta madrileña, poco más que decir. Suspender el partido sería una expresión de debilidad institucional. Malo sería que el Estado y la Corona, con sus símbolos, que se arrugasen o fueran incapaces de superar una pitada pública. La clave de la supervivencia de las instituciones no depende de las reacciones, más o menos instintivas, más o menos espontáneas, de los seguidores de dos equipos ahora y siempre tan sedientos de ganar la Copa del Rey.