Actualizado 02/10/2010 14:00

José Cavero.- Y ahora, regreso al diálogo social.

MADRID, 2 Oct. (OTR/PRESS) -

En las próximas horas, probablemente este mismo viernes primero de octubre, José Luis Rodríguez Zapatero, efectuará una primera intervención pública tras la huelga del miércoles, y se espera que ella dará el primer paso para retomar el diálogo con los sindicatos. De hecho, ya hubo un anticipo de estas intenciones en el encuentro de De la Vega y Méndez que se produjo este jueves en un estudio radiofónico. Se asegura que el Gobierno hubiera actuado de ese modo tanto si la huelga hubiera triunfado como si hubiera fracasado, porque Zapatero sabía que, tras el decreto gubernamental, de mayo, de congelación de pensiones y la reforma laboral, se abría el paréntesis de la protesta sindical y el alejamiento del Gobierno para, una vez pasada la huelga del 29-S, retornar al diálogo. Era inevitable que se produjera un desencuentro como el que ha sucedido. Se entiende que se trata de una cuestión de tiempos: tensión y distensión....

Los líderes sindicales no podían soportar más la tensión de sus cuadros y de sus bases que, tras la agudización de la crisis económica y el aumento del paro en 2009, exigían una respuesta en la calle. Zapatero lo asumió sin plantear una batalla frontal a los sindicatos, con notable sorpresa de muchos, limitándose a lanzar el mensaje defensivo de que sus medidas duras lo fueron para evitar a España un mal superior, pero que no tenía más remedio que adoptarlas. Después, producido el desahogo sindical y ciudadano, es ya cuestión de retomar el diálogo. Además, el resultado de la huelga del 29, en opinión de buena parte de los analistas, favorece al presidente, o al menos no le perjudica. Los sindicatos salvaron la cara, pero tampoco infringieron a Zapatero una derrota. En el fondo, sindicatos y Gobierno deseaban esa especie de partida en tablas que arrojó el resultado de la huelga, sobre todo porque ni unos ni otros tienen alternativa.

Los sindicatos saben que la alternativa a Zapatero es mucho más indeseable, como lo ha demostrado el PP en las semanas previas a la huelga, sobre todo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, con la estrategia de descrédito que ha impulsado contra ellos. Y Zapatero necesita, a su vez, recuperar a los sindicatos, que concentran una parte de la base social que le llevó a La Moncloa. Con esa perspectiva, Gobierno y sindicatos, han jugado a preparar el día después. Zapatero, desde que los sindicatos anunciaron la huelga, ordenó a sus ministros y a la dirección de su partido evitar la confrontación con ellos, y preparó minuciosamente la jornada de seguimiento de la huelga: ni guerra de cifras ni valoraciones triunfalistas del Gobierno, ni descalificaciones a los sindicatos, para evitar que las heridas se convirtieran en brechas. Nada que ver con conflictos anteriores: la huelga de 1988, en la que Felipe González llevó la confrontación entre Gobierno y sindicatos al interior de la UGT. O la declarada guerra de cifras en que incurrió Aznar, desde la primera hora de la mañana de la huelga de junio de 2002.

Ahora, le llega a Zapatero la hora de la verdad. Tiene que lograr el difícil equilibrio de mantener sus compromisos con las reformas, con la presión internacional al fondo, y la recuperación del diálogo social, para lo que cuenta con un estrecho margen, básicamente en la reforma de las pensiones. Hoy ya se especula con la posibilidad de que Zapatero pudiera renunciar a la jubilación a los 67 años, a cambio de endurecer la exigencia de más años de cotización. El presidente sabe que dispone de una primera ventaja, y es que los sindicatos necesitan rentabilizar la huelga con una negociación con resultados. Y otra, añadida, el año y medio de tiempo que ha ganado para tratar de recuperar el apoyo de su base social, con la negociación sindical, al asegurarse los Presupuestos con el PNV y Coalición Canaria. Comienza un nuevo tiempo, un capítulo nuevo. Nada fácil, pero con borrón y cuentas nuevas.

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