MADRID 27 Abr. (OTR/PRESS) -
Que no cunda el pánico entre los altos directivos, los mandos intermedios, la tropa masculina en general. La entrada en vigor de la ley de Igualdad, no se ha aprobado para fastidiar a los jefes, para humillar a los hombres, para hacerles tragar el polvo... Es simplemente que a las mujeres les ha llegado la hora de compartir con los del sexo opuesto algo más que la cama, el cuarto de baño, las vacaciones, el biberón de los niños, las noches a la luz de la luna...
Hace tiempo que las mujeres tomaron conciencia de que había que dejar de compadecerse si querían tomar las riendas de su vida, de que no había ciudadanos de primera y ciudadanas de segunda. Unas teorías que han quedado trasnochadas una vez que las mujeres han demostrado estar a la altura de lo que demandan los tiempos. Hay arquitectas, magistradas, juezas, decanas, catedráticas, economistas, periodistas, con tan buenos currículums que ya nadie se atrevería a apartar a una mujer de su carrera hacia el poder por el sólo hecho de serlo. Es cierto que ha sido un proceso largo y difícil, a veces incomprendido, pero finalmente se ha impuesto la razón, y el resultado no ha podido ser más positivo, y allí donde hay una mujer preparada las cosas funcionan no digo que mejor, pero sí que igual de bien o de mal que donde hay un hombre.
Hay quien trata de desprestigiar la Ley argumentando que sólo llegarán aquellas que estén sobradamente preparadas -¡pues que se aten los machos porque son un regimiento!-. Pero aún así hay que aceptar ese reto con absoluta tranquilidad. El día que haya en la administración, en la empresa privada, en la empresa familiar, tantas mujeres inútiles como hombres hay, ese día efectivamente habrá que revisar la Ley, aunque me temo que eso no va a ocurrir, y no va a ocurrir porque será la propia sociedad la que se encargará de hacer justicia con quienes hoy son las que mejores notas sacan en las Universidades, en las oposiciones, las que pueden compaginar casa, familia y vida profesional, sin que se les mueva una pestaña. De manera que más vale que se vayan acostumbrando a tener a una fémina a su lado. Una fémina que puede ser su madre, su esposa e incluso su hija o hermana.
Rosa Villacastín.