Actualizado 08/12/2017 09:46

"Un sábado de tantos". Por el Padre Sergio Godoy, director de la Comunidad Esperanza

Manos Unidas Guatemala
MANOS UNIDAS

   Son las 13 horas de un sábado igual a muchos otros. En Comunidad Esperanza, nos disponemos a subir a nuestro pick-up multiusos, los recipientes con la comida que, desde hace varios años, acostumbramos servir a los trabajadores del vertedero municipal de Cobán, la cabecera del Departamento de Alta Verapaz, territorio en el norte de Guatemala, que tiene los indicadores más altos en pobreza y pobreza extrema, con los consiguientes efectos que esta condición tiene en la vida de los niños, jóvenes y mujeres que la sufren.

   Aunque parece un gesto ritual que permite mantener la relación con los recolectores de un basurero --tan inhumano como cualquier otro en el mundo--, este servicio nos ayuda a no perder el contacto con una de las realidades más duras en las que puedan vivir las personas, además de evaluar de manera empírica la forma en que la pobreza, el hambre y la exclusión han ido aumentando en el país, poniéndole nombre y rostro además, a quienes son víctimas y protagonistas de este drama cotidiano, que se alimenta de la indiferencia y de la corrupción creciente del aparato estatal, incapaz de priorizar en su agenda, la reducción de la pobreza a través de políticas que estén exentas del manoseo de gobernantes, funcionarios y adláteres que se apropian de los recursos o bien, utilizan las mismas políticas públicas para impulsar su propia carrera hacia espacios de poder.

   Son apenas cinco minutos los que tenemos que recorrer para llegar al lugar en donde los perros, las moscas y los zopilotes, hacen parte del paisaje cotidiano. Sin embargo, en el camino, ya hemos ido encontrando a muchos niños y mujeres que, sin ser trabajadores permanentes en el vertedero, necesitan tanto como ellos disfrutar al menos una vez a la semana, un plato de comida elaborado en condiciones dignas, además de proveerse de lo que pudiera sobrar, para llevar a casa y compartir con el resto del grupo familiar.

   La fila para la distribución del alimento, prioriza a los niños y a los trabajadores, permitiendo de esta manera que la comida alcance para todos, pues con el paso de los años, es mayor el número de personas que se buscan la vida entre los desperdicios que genera una ciudad de aproximadamente 100 mil habitantes. Muchos de ellos tienen poco tiempo de haber emigrado del interior hacia la periferia de Cobán, a causa de la escasez de tierras para el cultivo, por culpa de la violencia o bien, con el deseo de un mejor futuro para los hijos; pero más allá de los motivos, resultan formando parte de ese cinturón de miseria de la ciudad, que se va engrosando paulatinamente.

   Nos recibe Güicho (Luis), además de la Lina (Adelina), doña Lesbia, Juana y muchos otros con quienes, después de 14 años, nos une un vínculo que ha costado construir y mantener. También hay caras nuevas; entre ellas, las de niños que en los meses recientes han aparecido por ahí llamados por la noticia de que se sirve un plato de comida caliente. Algunos apenas se han asentado en el sector, mientras otros, son hijos de antiguos recolectores, nacidos hace pocos años.

   Puede que este sábado, el sol nos castigue con su calor abrasador; o que la lluvia haya convertido el vertedero en un maloliente lodazal y que todos estén empapados, pero a la expectativa de poder hacer una pausa en su trajinar para llenar su estómago vacío. Parecerá increíble que mucha gente sonría a pesar de las condiciones tan duras de su vida, o que el trato sea tan familiar como para ir aprendiendo más nombres o para asistir a dramas surrealistas que nos generan un sentimiento de frustración, ante la imposibilidad de poder hacer algo más por ellos: carnada de las promesas de políticos mentirosos que no han tenido el sentido humano necesario para mejorar en mínima parte, las condiciones tan duras en las que trabajan día con día. El otro día, una adolescente de 14 años, cayó desmayada a nuestras espaldas a causa de la debilidad, pero lo más dramático del caso es que se encontraba embarazada, producto de una violación cuyo responsable -el padrastro- se había dado a la fuga, dejando aún más desamparada a la familia.

   La fila se va alargando muchas veces de manera alarmante, hasta el punto de vernos forzados a calcular muy bien, el tamaño de la porción que debe servirse a cada persona. No es fácil advertirle al chico aquel, que debe primero comerse lo que le damos y esperar un poco más, por si quedara para una segunda porción; tampoco lo es controlar a doña Marta, que habitualmente se encuentra alcoholizada y tiene arranques de ira y pretende golpear a las personas más indefensas, argumentando tener más derecho que ellas al almuerzo sabatino. Y aunque pudiera parecer extraño para muchos, no resulta raro que algunos de los asistentes, tengan el oído atento a la radio, para seguir con atención la disputa del clásico del futbol español, pues unos son fanáticos del Real Madrid y otros, del Barca (ironías de la vida y del márquetin, pues ninguno de estos jugadores, apostaría jamás por compartir algo de lo suyo para cambiar la suerte de estos últimos entre los últimos).

   Pese a todo, el poder cruzar palabra, aprender nombres, compartir una broma, enterarnos de cómo van las cosas con tal o cual persona, pero especialmente, mirar la alegría de los rostros de muchos niños es una compensación suficiente, en medio de un panorama tan desolador en el que transcurre la vida de cientos de personas olvidadas por los intereses de quienes deberían redistribuir la riqueza en un país tan rico como Guatemala, pero a la vez tan desigual: el más desigual del continente americano, donde el quintil más alto de la población, posee casi dos tercios de la renta nacional y el quintil más bajo, apenas un tercio de la misma; un país en donde el Estado destina apenas el 5% del Producto Interno Bruto a atender las necesidades de la población más vulnerable, especialmente en áreas como salud, asistencia social, vivienda popular y educación.

    Terminada la primera fase de la repartición, llega el momento de ofrecer un poco más. Entonces se acercan "el Chino" y "Alex", que apenas tienen cuatro años, con su pequeño recipiente a indicar, con el escaso dominio que tienen todavía del vocabulario en español, que quieren diez porciones para llevar a casa. En lo personal estoy seguro que en ese traste maltrecho caben apenas dos o tres porciones, pero me conmueve la confianza que tienen en que su solicitud será escuchada. También regresan para repetir y hacer la respectiva reserva, otros niños en cuyo rostro se nota la huella del hambre y la desnutrición. De hecho, su futuro está en buena parte comprometido a causa de ello y son parte de ese 43.5% de la población menor de 5 años que sufre de malnutrición en el país.

   Es imposible ante este escenario, no sentirse indignado e impotente, porque desde ahí, se puede percibir de una manera muy fuerte, que el futuro del mundo pareciera estar tomando otro rumbo: el de una economía basada en la producción y el consumo irracional de los grupos humanos con capacidad para adquirir, usar, botar y volver a comprar, como si el sentido de la existencia humana dependiera de ello. Nosotros, pese a ello, seguimos apostando por la solidaridad como la única salida para mejorarlo.

   Una hora y media después, cuando nos marchamos del lugar. La gente ha vuelto a sus ocupaciones habituales, mientras que los perros, las moscas y los zopilotes, siguen ahí, formando parte del paisaje cotidiano.

   El testimonio del Padre Sergio Godoy (director de la Comunidad Esperanza; socio local de Manos Unidas en Guatemala) forma parte de la campaña de Manos Unidas para apoyar a la infancia y la juventud de Guatemala con el lema #DalesEsperanza. Los interesados pueden conseguir más información en #DalesEsperanza.

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