MADRID 25 Dic. (OTR/PRESS) -
Sin duda es la historia más bella jamás contada. La más increíble y la más real. La que cambió el mundo incluso para aquellos que no creen. La historia de un Dios loco que se hizo hombre y nació en un pesebre, hijo de un carpintero y de una virgen. La historia de una familia humilde y migrante, rechazada por todos, que devolvió la esperanza a quienes desde hace dos mil años creen que, gracias al encarnamiento de Dios como hombre, morir, como decía José Luis Martín Descalzo "es cruzar una puerta a la deriva/ y encontrar lo que tanto se buscaba. /Acabar de llorar y hacer preguntas, /ver al Amor sin enigmas ni espejos/ descansar de vivir en la ternura;/ tener la paz, la luz, la casa juntas/ y hallar, dejando los dolores lejos,/ La Noche-luz tras tanta noche oscura".
El adviento, para los cristianos, es tiempo de espera. La Navidad, la de verdad, no la que vivimos casi todos hoy, esa a la que han quitado su raíz evangélica, su sentido trascendente, es tiempo de luz y de esperanza. Es el espacio de Dios con nosotros, el misterio de la fe, el derecho regalado de ser hijos de Dios, de tener esperanza en que la vida importante es la que viene después de la muerte. Porque si esta vida fuera intrascendente, no tendría sentido. "El hecho de que Dios se haya hecho niño, dice José Antonio Pagola, dice mucho más de cómo es Dios que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio". La Navidad es una conmemoración alegre, incluso cuando parece que no hay razones ni motivos para ello. Dios es alegría. No puede ser otra cosa.
Hoy Jesús se encarna y nace en los migrantes que llegan huyendo de una vida miserable, que no encuentran asilo ni posada y a los que quieren echar de los países que deberían acogerlos y encerrarlos para toda la vida en campos de refugiados o en centros de internamiento. Hoy Jesús se encarna en los sin techo, en los marginados, en todas esas familias españolas que, en medio de una sociedad que lo derrocha todo, viven en el umbral de la pobreza o en la exclusión social. Hoy Jesús se hace niño en las víctimas de las guerras injustas, en Ucrania, en Sudán, en la República Centroafricana y en tantos otros lugares del mundo. Hoy el niño Dios nace en Gaza, donde quienes clamaban por el final de la guerra, en muchos casos por razones espurias, han olvidado que casi nada ha cambiado y que muchos niños siguen muriendo de hambre y desolación sin esperanza. Hoy Jesús se encarna en las decenas de miles de cristianos asesinados o perseguidos en Oriente Medio, en las mujeres perseguidas y obligadas a esconderse en Afganistán, en las defensoras de los derechos humanos encarceladas en Irán. Hoy Jesús se encarna en todas las víctimas, en los enfermos, en los desahuciados, en las mujeres que tienen que prostituirse para sobrevivir, en todos los que son odiados y perseguidos por la razón que sea. "Vino a su casa y los suyos no le recibieron". Hoy sucede lo mismo.
Esta Navidad, un niño, el Niño Dios trae de nuevo el mensaje de Amor incondicional al género humano y nos anima a que ese brote de bondad y solidaridad que surge en estas fechas fructifique y nos ayude a cambiar la mirada hacia los otros. Amar a Dios libera, amar al otro, al prójimo, alienta la esperanza de que el mundo cambie de verdad. El mensaje del Niño Dios exige un compromiso por la libertad, la justicia, la solidaridad y la fraternidad. Como cristianos estamos obligados a tener la mirada arriba, pero los pies pegados a la tierra para ver, para acompañar y para ayudar a los que sufren, a los pobres que son los preferidos de Jesús, a los que necesitan una mano, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los que están faltos de amor. Pasó la espera, la esperanza se encarnó y Dios sigue aguardándonos para construir entre todos un mundo mejor y más justo. Sólo el amor puede romper el odio.