Al cura de Noez le han llevado al psiquiatra para ver si le cura de su adicción al sexo. Craso error. Que le lleven al psiquiatra, pase, pero que le lleven para quitarle la adicción a lo que no tiene, pues su ansiedad sexual es fruto de carecer de sexo precisamente, es una perfecta incongruencia. Lo que tiene el joven y malhadado sacerdote es adicción a la pornografía, lo cual es producto de la represión, del hambre y de la ignorancia, e incluso esos anuncios del chico ofreciéndose como "gigoló" con esa pinta, con esa fealdad corporal suficiente para apagar el deseo de cualquiera, metiendo tripa y en calzoncillos, abona la idea de que su problema no es el sexo, sino la falta de sexo, y, inconsecuencia, la urgente, imposible y desquiciadora necesidad de él.
Del suceso, y más allá de la anécdota, llaman la atención muchas cosas, algunas de las cuales no tienen que ver exactamente con el cerebro pobremente amueblado del muchacho, sino con el de los demás. En los pueblos donde oficiaba se sabía, según manifestaciones de los propios vecinos, que la criatura era rara, pero el hecho de ser cura le blindaba, al parecer, ante mayores pesquisas sobre su conducta. No deja de ser curioso, por lo demás, que el hecho de que robara el dinero de las Hermandades bajo su custodia no sea el que ha suscitado el rechazo y la condena general, sino que colgara su foto en calzoncillos, talmente como si la decencia se siguiera relacionando con la genitalidad y no con la honradez.
Pero toda vez que la criatura no ha dañado con su represión sexual, que se sepa, a ningún niño ni a nadie, cual suele suceder en estos casos, su loca peripecia, producto como digo de una infinita soledad, inspira su poco de compasión. ¿Qué será de él ahora, si le echan de cura y tiene que ganarse la vida como "gigoló"? Por mucho que meta la tripa y saque el pecho, su perfil, y no sólo el fotográfico, le augura un proceloso porvenir.
Rafael Torres