Publicado 24/11/2013 11:59

Fundación Ana Bella reivindica a miles de "supervivientes" de la violencia de género que han dejado de ser "víctimas"

Exige referentes positivos: "Nadie quiere convertirse en la mujer muerta o muerta de miedo que sale en los medios de comunicación"

MADRID, 24 Nov. (EUROPA PRESS) -

Ana Bella Estévez (Sevilla, 1972) tiene 41 años, cuatro hijos, muchas cuentas pendientes aún con su ex marido y la misión entre manos de decirle a la sociedad que las mujeres que sobreviven a la violencia de género ya no son víctimas nunca más, sino referentes de tenacidad, de lucha y de esfuerzo y agentes de cambio en favor de la igualdad. Cree que es así como se rompe la espiral del silencio de la violencia, en positivo, porque "nadie quiere convertirse en la mujer muerta o muerta de miedo que sale en los medios de comunicación".

Esta es la imagen que Ana Bella proyecta y es así como se terminan por ver las más de 1.200 mujeres que cada año atiende la Fundación que regenta, que lleva su nombre y que creó en gratitud por la ayuda que ella misma recibió la noche en que puso fin a once años de vejaciones y torturas. Cargó en un coche a sus cuatro hijos de nueve meses a ocho años y condujo en busca de la Policía Nacional. No iba a denunciar violencia de género, "en 2002 el término apenas significaba algo". Buscaba ayuda para poder separarse contra la voluntad de su marido.

"Ni siquiera nosotras mismas somos conscientes de lo que nos pasa (...) Yo vi a Ana Orantes en televisión y no me sentí identificada. Yo la escuché contar los malos tratos de su marido --que la mataría días después de participar en un programa de testimonios-- y pensé: '¿y esta mujer por qué no se va de su casa?'. Yo estaba entonces mucho peor, mi marido me pegaba con una correa y llegó a comprarse un látigo. Pero no me vi en ella", ha explicado en una entrevista con Europa Press.

Ana Bella dice que esta es la primera razón por la que las mujeres guardan silencio, no saben que lo suyo no es normal. "Como además, nos hacen sentirnos culpables de lo que nos hacen, creemos que somos responsables lo que ocurre y no decimos nada porque nos da vergüenza", apunta. Este silencio es "lógico" en su opinión, "lo que no se puede comprender es el de los demás", el de quienes lo intuyen o "peor aún, lo saben y no dicen nada".

"Mis amigos llamaban a mi casa y mi marido les decía que Ana Bella era una mujer casada y que no había que molestarla. Y ellos dejaron de llamar. Si me lo hubieran dicho, a lo mejor me habrían ahorrado mucho de lo que pasé después", plantea. En cuanto a su familia, Ana Bella llamó desde el centro de acogida donde se refugió y sólo pudo decir el nombre del marido antes de echarse a llorar. "No hizo falta nada más. Me dijeron 'no te preocupes que vamos a buscarte'. Lo sabían. Lo sabían todos", ha señalado. Nadie había hecho nada.

Por su experiencia, compara a las mujeres maltratadas con elefantes a los que se ata de cachorros y que de adultos están sueltos porque "ya no se van a escapar". "No te da a ti tiempo ni a pensar en dejarles a ellos. Te dicen que porque te quieren, se esfuerzan en que la relación salga adelante y por eso te pegan, que si no te quisieran, te dejarían. Es el dominio, la humillación. Es un martirio total. Es como la tortura (...) Dejas de ser una persona", destaca.

Tampoco es fácil contarlo. "Lo que necesitamos es que la gente nos escuche y no nos juzgue, porque otra cosa que nos ahuyenta es que empiezas a contar lo que te pasa y te dicen que eres una tonta y que por qué has aguantado", explica. Las familias, además, no siempre lo entienden y acaban dando un ultimátum pensando que la mujer reaccionará. Al final ella se queda con el maltratador porque no está preparada para dejarle, y con la sensación de que los suyos le han cerrado las puertas. "Eso es un gran error", apunta.

"LA DENUNCIA NOS PROTEGE"

Romper el silencio es la prioridad para Fundación Ana Bella, que además de primera acogida, acompañamiento e inserción laboral, realiza tareas de sensibilización que van desde charlas en colegios hasta reuniones de vecinos en pueblos de toda la geografía española. Se refieren a la violencia de género como "el holocausto del siglo XXI", no en vano, afecta a una de cada tres mujeres en el mundo, y, aunque reconocen que cada caso es diferente, proclaman la denuncia como vía de escape: "con la denuncia se nos escucha y se nos protege", afirma Estévez.

Sin embargo, insiste en la necesidad de "preparar a la mujer antes de que tenga que enfrentarse a una denuncia o a un juicio", porque, al igual que le pasó a ella, que la noche que escapó mencionó la última paliza pero no los once años de torturas físicas y psicológicas que había estado soportando, "muchas mujeres no saben lo que es delito y lo que no" en todo lo que les han hecho. "Además, hay absoluciones porque las mujeres no están emocionalmente preparadas", asegura.

No dice que sea fácil, en España sólo un 27% llega a denunciar. Ana Bella se queja de que "todo recae en la víctima". "Nosotras somos las que tenemos que poner la denuncia, las que tenemos que salir de nuestra casa e irnos a un centro de acogida dejando todo lo que tenemos, las que tenemos que movernos para poder superar un juicio y para poder defender a nuestros hijos y encima, nos tenemos que ocultar. Tenemos derecho a estar enfadadas", afirma.

"TENEMOS DERECHO A ESTAR ENFADADAS"

Ella, "viva gracias a las leyes y los recursos", reivindica que sean "personas con empatía y que de verdad sepan lo que significa el maltrato" quienes los gestionen. "Si lo que generas son mujeres dependientes de las ayudas oficiales, ellas no remontan su vida y se convierten en una carga para la Administración", señala. En su opinión, "la vía más eficaz para evitar la doble victimización es la inserción de las supervivientes mediante trabajos valorados por la sociedad y de los que ellas mismas puedan sentirse orgullosas de su aportación".

La fundación, que vive de las donaciones de ciudadanos y empresas (www.fundacionanabella.org) y de la propia aportación de sus voluntarias, trabaja por convenio con todo tipo de compañías para la inserción laboral de las mujeres supervivientes. Además, ofrece formación, orientación y acompañamiento para mejorar su empleabilidad. "Hemos calculado que la formación de una mujer nos cuesta 300 euros, pero es que esos 300 euros le cambian la vida", señala.

Ana Bella cuenta que en la casa de acogida sólo le ofrecieron talleres de inserción laboral orientados a empleos no cualificados. Ella, que obtuvo un 9 en la prueba de Selectividad, era bilingüe y había ingresado la primera de su promoción en Filología Inglesa en la Universidad de Granada, no daba crédito. "Parece que las mujeres que hemos sido maltratadas solo sabemos limpiar, cocinar o hacer tareas del hogar: El maltrato no solo ocurre en mujeres con poco nivel educativo", recuerda.

Este año, en la conmemoración del Día Internacional por la Erradicación de la Violencia de Género, las voluntarias volverán a salir a las calles para pegar carteles con sus propias fotografías, las de mujeres "vivas y con una vida feliz", junto a los mujeres de ojo morado que utilizan algunas instituciones para sensibilizar. "No soy una víctima, soy una superviviente. No somos las del ojo morado, somos mujeres como tú o como otra. Si nos ven con el ojo morado nos estigmatizan", denuncia.