Foto: SALVA CAMPILLO/AYUDA EN ACCIÓN
GUAYAQUIL (ECUADOR), 17 Nov. (De la enviada especial de EUROPA PRESS, Isabel Vega) -
Suena el teléfono a las tres de la mañana en casa de Eva Tomalá: "Señora, prepare al personal porque voy con seis furgones de sardinas". Es la señal. En apenas un par de horas, esta ecuatoriana de 58 años deberá sacar de la cama a un centenar de mujeres y tenerlas listas cuchillo en mano para limpiar 10 toneladas de pescado. Dice que es duro para todas trasnochar así, de repente, pero más lo era dejar a los niños en casa y dormir en la playa noche tras noche con la esperanza de que echase el ancla algún pesquero.
Hoy ya no hay mujeres tumbadas en esta orilla del Pacífico esperando una oportunidad laboral, sino una nave industrial de unos 20 metros cuadrados donde se cobijan de pelícanos y alcatraces hambrientos cinco largas mesas de cemento en las que se apilan miles de pequeños peces que de uno en uno, de dos en dos, van cayendo en manos de las decenas de trabajadoras a quienes emplea esta mujer en la provincia de Santa Elena, al oeste de Ecuador.
Es EVIPES-J, la Evisceradora de Pescado de la Comuna Jambelí, una microempresa montada por Eva Tomalá con apoyo logístico y financiero de Ayuda En Acción, que garantiza el sustento a un centenar de familias de la zona, entre ellas la de Shirley, su única hija, a razón de 61 centavos de dólar por cubo de pescado entregado. Un día bueno, se llenan 30 baldes por persona. Un día malo, igual son diez.
Envueltas en una tormenta de escamas, separan las especies y, a cuchillo, evisceran y cortan cabezas a un rimo frenético, el que marca el sonido de las hojas de acero contra las tablas de madera. Dependen de si hay o no mercancía y de cuándo llega, no tienen horario fijo de entrada ni más límite que el cansancio, y se emplean de corrido 21 días al mes, para dedicarse a otros quehaceres los siete siguientes. Aquí no hay vacaciones. Un día malo limpian dos toneladas. Uno bueno, son más de 15.

Tomalá, madre soltera, ya estaba involucrada antes en el Centro de Promoción Rural de la región, recibió formación en liderazgo y era comunera en Jambelí, donde regenta una pequeña tienda en su propia casa. Cuando a través de esta organización local, Ayuda en Acción ofreció la posibilidad de financiar proyectos de emprendimiento femenino, no lo dudó. En el lado en blanco de una cuartilla de publicidad redactó su propuesta. "No sabía nada de eviscerar pescado, pero tenía que pensar en algo más para estas mujeres", explica.
AUTÓNOMO EN CUATRO AÑOS
Pidió una porción de tierra a la comuna, que se la cedió, y junto a los vecinos y ayuda del Centro de Promoción Rural, se puso manos a la obra. Ellos mismos trasladaron los materiales de construcción hasta la playa. Hoy cuentan con la nave, cubierta por un techo de uralita y flanqueada por muros y mosquiteras, un pilón que rellenan con agua de mar para limpiar el pescado eviscerado y otro con hielo y salmuera para conservar unas horas el excedente que no se haya podido asumir en una jornada. Se inauguró en 2008 y cuatro años después, ya funcionaba de forma autónoma.
"Cuando me dijeron que el proyecto estaba aprobado, pensé que me había metido en un jaleo. Dije, 'está bien', y comencé a luchar yo sola", relata Tomalá. Su hija recuerda entre risas el día en que recibió la noticia. Hubiera preferido que su madre gestionase un proyecto turístico. Ahora, mira a su alrededor con satisfacción: "Cuando llega un pedido bien grande, es una fiesta verlas a todas trabajar", comenta.

En su mayoría, se trata de mujeres que habiendo rebasado la edad de jubilación, se han quedado sin sustento, como Ángela, de 63, que lleva 30 años limpiando pescado de playa en playa y sólo seis de forma estable, desde que nació EVIPES-J. "Antes padecíamos, no teníamos garantizado el pan de cada día", añade Rosaura, otra de las veteranas de la cooperativa, con 75 años de edad, 30 de experiencia y los hijos limpiando pescado a su lado.
DEL PESCADO AL COLEGIO
También las hay más jóvenes, que compaginan esta actividad con la artesanía o el comercio. Es el caso de Yolanda, de 20 años, que en su primer día en la evisceradora teme perder el ritmo por culpa de los periodistas de visita con la ONG en el marco del programa 'Dones i Homes ens movem per la igualtat' de la Agencia Catalana de Cooperación. También las hay que estudian: limpian pescado de madrugada y cuando sale el sol, se ponen el uniforme escolar. Tienen que ayudar en casa. En semanas buenas hay trabajo para cinco o seis días. En las malas, para tres.
Pinchaua, morenillo, picudillo, ojo rojo y chicharro. Son los peces que bajo la etiqueta 'sardina' se limpian, enhielan y envían a la envasadora, una fábrica situada a escasos kilómetros donde se encargan del enlatado o congelado del producto. Con el arrastre, se cuelan en las redes otras especies, que las trabajadoras apartan cuidadosamente en un montón: si sirven para consumo, se las cenarán los empleados. Las sobras se procesan aparte para fabricar harinas. Aquí no se tira nada.
Toloné tiene por única obsesión poder "seguir dando trabajo" para la prosperidad de toda la región. No son sólo las evisceradoras, son los vendedores de hielo, los de salmuera, los transportistas. En un día bueno emplea a 120 personas y factura 1.700 dólares, la mayoría de los cuales se van con los empleados. Dice que no hay ánimo de lucro en las gestoras: "Nunca lo ha habido".

SEGURIDAD ALIMENTARIA Y DIGNIDAD
En las zonas rurales de Ecuador el 41,69 por ciento de los ciudadanos viven bajo el umbral de la pobreza y el 16,04%, en pobreza extrema. En el caso de Santa Elena, donde la mayor parte de la población es rural, se mantienen patrones similares, pese a que la provincia cuenta con dos de las zonas de referencia turística del país, Salinas y Montañita. Según los datos del Gobierno de Ecuador, la mayoría de los habitantes de esta región no están dados de alta en la seguridad social.
"Con EVIPES-J hasta cien familias tienen la oportunidad de trabajar, así que el aporte a la seguridad alimentaria de toda la zona es clave. Además trabajan en condiciones dignas y se sienten parte del proyecto, lo que tiene un valor intangible pero inconmensurable", explica el técnico del Centro de Promoción Rural David Zambrano, contraparte de Ayuda en Acción sobre el terreno y responsable por ello de Mujeres de MAPEL, un proyecto de desarrollo comunitario que ha conseguido que personas como Eva sean protagonistas de la prosperidad de toda una población.
Zambrano coincide con Shirley en destacar la actitud de Tolomé, cuando afirma que una persona sin formación puede ser instruida, pero el espíritu de superación, la ilusión y las ganas no se aprenden, "se llevan dentro". Eva Tolomé dedica los siete días libres y los dos meses de veda al año en que no hay pesca a mantener viva su pequeña tienda y criar aves de corral. "Se quedó en la Secundaria, pero tiene toda la voluntad. Por eso puede con todo", dice su hija. Sólo necesitaba un empujón.

Ahora, tiene la vista puesta en conseguir un sistema que le permita almacenar pescado fresco durante más días, para poder asumir encargos más grandes y que cuando falte pesca siga habiendo trabajo. Quiere que las evisceradoras puedan tener mejores turnos, dependiendo de un horario y no del límite de sus fuerzas. Espera poder conseguirlo por sí misma. Se ha emancipado de la ayuda internacional al desarrollo, le falta librarse de la inestabilidad que dan los días malos.